TENGO GANAS DE DECIR QUE (I):
Tras nosecuantos años en esto, viéndolo desde distintos lugares, creo que estoy en disposición de plasmar en palabras lo que mi recorrido me dicta.
Cuántos años perdidos intuyendo lo que después aprendí, elaborando las teorías que después leí y oí.
El marco teórico universitario, el caso práctico de cursillo, las conversaciones del café, la crítica a esos “otros” ¿qué otros?…
Hasta que los ojos no estén hartos de ver, los oídos de oír, los pies de caminar, la mente de funcionar, no se llega atisbar que no se llega a todo, que hay daño ya hecho, irreparable, y que continuará guiando el futuro de los que nazcan.
Si algo me ha preocupado en todos esos nosecuantos ha sido el tiempo, la falta de o el exceso de.
Desde nuestro mundo de trabajo y vocación el tiempo es fundamental, es todo:
Tiempo para generar conexiones neuronales, para recibir estímulos y segregar hormonas, asimilar proteínas y movilizar encimas, para establecer relaciones -somos seres relacionales que interactúan con el medio, el que a cada cual le ha tocado ¿en qué sorteo?- desde lo más básico del término, para aprender de los afectos y desafectos, para vincularse -sea como sea, con quién sea, a costa de lo que sea y por encima de quien sea-
Tiempo para valorar, diagnosticar, intervenir, incluir, modificar y decidir, sobre todo decidir y decidir por otros para acertar -es lo que queremos o al menos eso decimos- Y aquí, ya, el tiempo juega en contra, porque mientras hacemos todas esas, nuestras tareas, algún MENOR está construyendo lo del párrafo anterior y necesita, imperiosamente, hacerlo bien por él y por los que vendrán después de él –las secuelas de lo mal realizado no siempre aparecen de inmediato- sus hijos, los hijos de sus hijos…pero, es evidente, y por lo de ser relacionales, depende de otros y no de su disposición, no puede ni debe esperar.
Si tuviésemos el tiempo necesario, si nuestro tempo fuese su tempo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario